Si la mar se seca por Leila Tomaselli – Bitacora 33 Secuestro
Si la mar se seca
Extracto
Bitácora 31
Secuestro
Lo único que de verdad sucede es el tiempo, que va dejando a su paso un rastro… (Eloy Tizón).
¿Y si el tiempo no pasara, si estuviera siempre en el presente y los eventos fueran simultáneos y no consecutivos? La poesía quedaría hecha una chatarra en un patio con luz oblicua. Ni atardeceres ni amores lejanos ni recuerdos de hijos pequeños, ni rastro. Si el tiempo no fuera de verdad sino de mentira, no trajera la paz del espíritu a quienes atraviesan ciertas tempestades.
Por un portoncito de entrar a pie, entallado en la tapia, salgo una tarde, ya amainando el día. Al contraluz, los espatulazos sobre la cal blanca cuentan el apuro de la mano desnuda de un albañil cansado de tanto alisar. Subo al carro de Adriano por el lado del copiloto.
Alguna tonta urgencia dilata unos instantes el cierre de la puerta.
Lo que tarda el índigo del cielo en volverse noche.
Sendas pistolas nos encañonan, dos pértigas detrás de los reflejos metálicos hacen señas convulsas de que nos sentemos en los asientos posteriores. De un salto se acomodan en los delanteros. Un tercer individuo armado sale del mundo de la oscuridad y toma asiento al lado de Adriano, acorralándome al otro extremo.
Ha inundado la cabina un olor húmedo a sótanos y hambre.
— ¡Saquen las carteras! ¡Las tarjetas de crédito!
Una mirada de bisturí apunta a un reloj nuevo que no tiene más de una semana en mi muñeca ¡Dámelo!
— ¡Todo, rápido, el dinero, el relojito y esos lentecitos! Nuevos, ¿no?
Los corazones se nos quieren salir por la boca.
Una alucinación que no se parece a nada.
— ¿Cuál es tu pin, catira? ¿Y el tuyo, don?
Ponen en marcha el carro y empiezan a rodar exigiendo respuestas rápidas.
— ¿Nos vas a decir los pines sí o no? —grita con tono de látigo el que está al lado de Adriano, agitando la pistola bajo nuestros mentones.
— ¡Loco, vamos a llevarlos pa’ Pinto Salina!
—¡No, ‘perate! —Chilla otro, — ¿Vives en esa casa tan bonita? ¿Tienes hijos, ah? —las bisagras del corazón traquetean. Escalofríos de animal aterrado suben por la columna, ¡Vamos a marearlos y luego los quemamos!
El acento italiano de Adriano, que les advierte de su pertenencia a la diplomacia, en caso pueda ayudar a salvar el pellejo, desata risas de hiena.
—E lei sufre de tensione alta —sigue con voz rota.
— ¿En serio mi amor?, —sordo a la diplomacia italiana.
El individuo reclinado en el asiento delantero como en taguara de carretera, tuerce el cuello para arrojarme una insolente mirada. Cierto, confirmo, hablando por primera vez. Mirándole directo a las pupilas azabache, busco algo de la criatura que ha hecho de este mundo la misma morada que yo.
— ¡Y no nos miren a los ojos o no respondemos, que pueden terminar con la boca llena de moscas! ¡Avisados!
De fallar la comprensión de su jerga periférica y peliculera está el tonito sobrado para convencernos.
— ¿Qué quieren de nosotros? —pregunto (torpemente, como sucede cuando la ansiedad aprieta) al copiloto que parece el único ser vivo de los tres.
— ¡No es peo tuyo catira!
No conocen la zona, supongo, porque dan vueltas en círculo buscando una geometría desconocida, mientras se ponen de acuerdo acerca de si matarnos, ejecutarnos, o llevarnos a Pinto Salinas, el barrio del cual no se sale de pie.
— ¡Los llevamos pa’ la guarida pues!, —grita el del corazón pelúo. El copiloto lo mira y vuelve a torcer el cuello.
—Mira mi vida —Sobresalto. Vuelve mi lógica vital que se ha ausentado por unos nanosegundos de aquella tribulación para perderse quién sabe por qué recovecos de una película de matones—, si me prometes que se van a bajar sin voltearse, sin gritar, sin correr, los soltamos.
— ¡Estás loco pana! —espeta otro, —Estos son unos cagaos, ¡nos delatarán! Se pondrán a gritar y nos va a tocar quemarlos. ¿Y a ti que te pasa huevón, se te sale la vena piadosa ahora?
—Que no ¡carajo! —ladra por no perder la cara el copiloto, — ¡que se vayan, lo que están es molestando, lo que queríamos ya lo tenemos!
Cuestión de honor y rapidez. Quiero confiar. Para seguir en este purgatorio, prefiero arriesgar. Sin dar tiempo a que brote otra genialidad del montón de escombros verbales, pongo sonrisa de mona lisa, echo una última mirada a los ojos del salvador, buscando su honor en algún destello de luz dentro de aquellas pupilas justicieras. Agarro con decisión la mano muerta y húmeda de Adriano, que no sale de su asombro por aquello de que la diplomacia no cuenta nada en uno de estos afanes, nos deslizamos del carro que desacelera sin parar. Acabamos de llegar de paseo, acabamos de llegar de paseo responde un eco en la cabeza, no pasa nada… sin volvernos, ponemos un pie tras otro, sin prisas, con el oído al motor, esperando oír la acelerada que los aleja.
— ¡Nos han dejado a pocos pasos de mi casa, mira! Tanta vuelta para quedar en el mismo lugar —susurro jadeando con la boca cementada.
La vida es líquida.
Le llaman secuestro exprés, como la pizza exprés, muy poca diferencia, excepto por el objeto secuestrado. Ha quedado una cicatriz de las que duelen con el mal tiempo. Podía haber durado horas, días, meses. O un disparo. O no suceder.
Hedor a violencia.