Si la Mar se seca, por Leila Tomaselli. Bitácora 25 “Mi prima de Jerusalén”
Si la mar se seca
Extracto
Bitácora 25
Mi prima de Jerusalén
Se ha casado Clara con Nico, el único yerno hebreo del viejo patriarca Isaac. Ante los tumultos de la II guerra, los recién casados deciden viajar al flamante estado de Israel, a pesar del anti sionismo paterno. Kibutz y bombas son el pan cotidiano de la pareja y de su pequeña hija Gaby, bajo la preocupada mirada del viejo Isaac a quien consume la imposibilidad de ayudarles. Y no por falta de dinero. Clara y Nico, más obstinados que el hambre en vencer aquella espesura de aprietos que es su nueva vida pionera, conocen, entre las raras diversiones, otra pareja con una hija.
Lidya y Gaby se hermanan con alegría tribal y con la misma familiaridad con la que los respectivos padres se tratan.
La cercanía de las dos parejas es tan próxima que en algún momento desértico, perdido en el tiempo de una guerra infinita, cruza los límites de la amistad para conjugar el marido de una con la mujer del otro, sin que a la pareja restante le quede otro remedio que emprender también el camino del amor.
— ¿Cómo es eso?
—Normal, —sonríe Gaby, mi prima ya señorita y muy guapa, ojeando con benevolente tolerancia mis inocencias infantiles que deben reflejar mi también diminuta capacidad de comprensión, por mi diversidad occidental y consumista, claro —la diferencia es que mi papá vive con la mamá de Lidya y mi mamá con el papá de ella, pero todos nos queremos y estaremos juntos para siempre.
El para siempre y el nunca jamás, que son lo mismo pero a un abismo de distancia, con lo que se bendicen o maldicen amores, amistades, vidas concluidas, separaciones y cosas sombrías, siempre me sobrecogen y suenan a precipicio.
Para desterrar la soledad de sus ojos, el papá de Lidya, con su rostro agrietado de mil arrugas que surcan los océanos y una comunicación entorpecida por un italiano masticado con húngaro, alemán y hebraico, enciende la pasión de los hombres de mar y desierto, que encaran el viento de levante de las costas árabes y de los mares de Galilea. *
Tortuga milenaria, enamorado del instante más que de extensas y profundas conversaciones, que para eso tiene los largos días de mar, nunca pone Laci, descendiente de madre centenaria, muerta aspirando el aroma de una tarta recién horneada, una mala cara. La suya, esculpida en la arena.
Faltan sus pelos de alambre blanco con reminiscencias rubias disparando al cielo como todos sus años ventosos y despavoridos de marina mercante. Y como los de Lidya. Un afro rubi-blanco que le vale un matrimonio con un conde alemán. Ironías ideológicas.
Gaby se ha retirado a una colina de Jerusalén, se dedica a espantar temores seniles que siempre aguardan detrás de un ciprés demasiado marcial.
No nos ha dado la vida el tiempo para flotar juntas en el mar Muerto o pasear por Getsemaní y conversar, con nostalgia de momentos nunca vividos, de cuanta distancia han puesto entre las dos los mares, las viejas heridas familiares, el ardor de quien cree que una única forma de vida es posible.
De todo esto iba a hablar cuando me estalló en el oído una música de libertad y un soplo de unión. Y conmoción. Miles de miles, llegados de cerca y de muy lejos cargados de fe y piel de gallina, se han congregado para borrar las fronteras, levantar su voz con la fuerza que tumba camiones y usurpaciones demasiado largas del hombre gordo que se rodea de cosas enormes para atenuar su gordura, palacios, tanques, ejércitos.
Muchos de los que han renacido extranjeros solo esperan la llamada, vidas cuajadas de nostalgia que hablan desde sus huesos del suelo patrio.
No podrán volver a una tierra colmada de ausencias los fugados del mundo, las almas que se tornan tan ligeras que olvidan regresar a ese lugar donde no están pero permanecen.
Que amaine la pena, ya la vida ha sido convocada a su renacimiento.
Si la mar se seca
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* Foto de V. Tomaselli
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