UN CAMINO HACIA EL EQUILIBRIO EMOCIONAL Por: Estefany Vasquez
NOTI-AMERICA.COM
UN CAMINO HACIA EL EQUILIBRIO EMOCIONAL
Todos hemos sentido enojo en algún momento de nuestras vidas. Tal vez fue cuando alguien nos interrumpió en el tráfico o cuando una injusticia en el trabajo nos hizo sentir impotentes. La ira es una emoción natural, pero si no sabemos cómo manejarla, puede crecer como una tormenta que arrasa todo a su paso. ¿Qué sucede cuando le damos el control a la ira?
Cuando la ira nos domina, las consecuencias van mucho más allá de un mal momento. Nos afecta físicamente, aumentando el riesgo de hipertensión, problemas cardíacos y desórdenes emocionales como la ansiedad o la depresión. A nivel personal, puede deteriorar nuestras relaciones más importantes, provocando distancias y heridas que muchas veces son difíciles de reparar.
Sin embargo, controlar la ira no significa ignorarla o reprimirla, sino aprender a gestionarla de manera saludable. Imaginemos una discusión con un ser querido: el enojo puede llevarnos a decir cosas que no sentimos realmente, palabras que dejan marcas. Pero cuando nos tomamos un instante para respirar y pensar antes de responder, elegimos construir en lugar de destruir.
El control de la ira es una habilidad que se desarrolla con paciencia. Pequeños hábitos, como salir a caminar, practicar ejercicios de respiración o escribir lo que sentimos, pueden marcar una gran diferencia. Hablar con un amigo o un terapeuta también puede ayudarnos a entender por qué reaccionamos de cierta manera y cómo manejar mejor esas emociones. Reconocer que la ira muchas veces esconde sentimientos como el miedo o la tristeza es clave para recuperar nuestro equilibrio.
Dominar la ira nos permite vivir mejor con nosotros mismos y con los demás. Nos da claridad y nos ayuda a mantener la calma cuando todo parece fuera de control. Como dijo el filósofo Séneca: “La ira es una locura breve”. Controlarla no solo es un acto de autocuidado, sino un regalo que ofrecemos a quienes nos rodean.
Porque al final del día, la ira puede tocar la puerta, pero no debemos dejar que se quede a vivir con nosotros. Aprender a manejarla nos da el poder de ser dueños de nuestras acciones y de nuestro bienestar emocional.