El triunfo de Trump y la falacia del fin de la historia Por: Alejandro Godoy
Fue en 1992 cuando Francis Fukuyama, el célebre politólogo norteamericano, decretó, con la audacia y arrogancia propia de los seguidores de Hegel, «El Fin de la Historia». Según él, la historia humana como lucha entre ideologías había concluido; dando inicio a un mundo basado en una política y una economía de libre mercado, que se impondrían a nivel global, tras la caída de los regímenes socialistas.
A modo muy simple, Fukuyama establecía que el mundo iniciaría un período de prosperidad vinculado a la libertad económica, la globalización, la integración de las economías, los tratados de libre comercio, el libre tránsito de las personas entre los países, etc.
Osea, prácticamente un mundo sin fronteras, donde sería casi irrelevante el país de origen de cada individuo-consumidor, para pasar a ser esta última, su dimensión más importante.
Hasta que llegó la crisis en Europa y varios de los miembros de la Comunidad Económica, culparon, justamente a la integración, de todos los males que aquejaban a sus economías, amenazando además, con retirarse dicha institución. Y luego vino el Brexit y luego, claro, Trump.
¿Diciendo qué?
Básicamente, todo lo contrario, ósea: –»Cerremos las fronteras»-.
De hecho, el discurso del hoy, Presidente Norteamericano, fue más allá de la metáfora de construir un muro. Proponiendo, literalmente, levantar una muralla de ladrillos y cemento, para demarcar su frontera con México.
Sumado a lo anterior, su campaña se estructuró en torno a: –«Protejamos la economía, deroguemos los tratados de libre comercio, traigamos las fábricas nuevamente a nuestras ciudades»-, etc.
Un discurso que sólo puede calificarse como proteccionista e incluso, aislacionista.
El desarrollo de la cultura humana ha supuesto que, muchas veces, dos valores fundamentales para el progreso de los individuos, se han visto en disputa: la Libertad y la Seguridad. Y no, en pocas ocasiones, los ciudadanos han escogido restringir su Libertad, en función del incremento (o al menos, una sensación de incremento) de su Seguridad.
Los regímenes totalitarios o fascistas (muchos de ellos, originados a partir de elecciones democráticas) han sido un claro ejemplo de lo anterior.
Por mucho que Fukuyama haya creído que sería la Libertad el valor que se impondría en el siglo XXI, las señales que los individuos, especialmente en los países desarrollados (justamente aquellos donde el ejercicio de esa libertad era más amplio) nos envían, al elegir, finalmente, lo opuesto: menos libertad, pero más seguridad, dan cuenta, al menos en parte, de la falacia implícita en su tesis.
Todo indica que, en buena parte del mundo, muchos ciudadanos, más que a transitar libremente entre países o a convivir cotidianamente con productos o individuos extranjeros, aspiran hoy, es que se les asegure el trabajo, el acceso a salud, a vivienda, a educación, etc.
Paradójicamente, justo (con estándares mínimos, quizás) lo que los regímenes socialistas, es decir los mismos que al ser derrotados dieron origen a la tesis de Fukuyama, ofrecían a sus habitantes.