El arte de la relojería del maestro Efrén Coello y su legado que traspasó fronteras
REDACCIÓN NOTI-AMÉRICA (ECUADOR).
En Francia, Inglaterra y Suiza, a mediados del siglo XVIII, los grandes maestros de la relojería definieron su función en: instruir, ajustar y reparar. Estas tres palabras marcaron, en Ecuador, la vida del maestro y artista en la reparación de relojes, Juan Efrén Coello Guerrero.
Cuencano de nacimiento y de corazón, falleció el pasado 9 de noviembre en Guayaquil, a los 84 años de edad. A la urbe porteña, llegó a los 13 años, buscando realizar sus sueños. Desde niño ya se autoidealizaba como relojero. En Cuenca, su abuelo y dos tíos ejercían la profesión.
Años después conoce a la mujer de su vida, Marcia Sánchez Torres, ahora de 79 años, quien recuerda como su pareja incursionó en el mundo de la relojería. “Él (Efrén) me contó que al llegar a Guayaquil tenía por costumbre pararse en el portal de la relojería Suiza, ahí pasaba mucho tiempo observando cómo reparaban los diferentes tipos de relojes. Así pasaron algunos días, hasta que le pidió empleo al dueño del negocio y lo contrató. Sin pensarlo, fortaleció su pasión por la relojería”.
Su esposa, rememora que el amor que sintió por Efrén Coello, también fue a primera vista. Detalla que ella tenía 15 años y él 19, cuando cruzaron miradas por primera vez en otra relojería, donde se encontraron por casualidad. Era el año 1959 y desde entonces no se separaron. “Nos veíamos en un banquito del malecón”.
Desde ese momento el maestro Efrén afianzó el compromiso con sus dos amores: Marcia y la relojería.
En su unión matrimonial, que comenzó un 8 de noviembre y duró 63 años, tuvieron cinco hijas: Loly, Anita, Marcia, Angélica y Morella. La familia siguió creciendo y sumaron catorce nietos y una bisnieta.
Agrega que su esposo, tras laborar en la relojería Suiza, pasó a brindar sus servicios a la relojería Luxor. “Ahí fue su último trabajo como obrero. Al cumplir 28 años decidió abrir su propio negocio, relojería Electrónica, en las calles García Avilés y 9 de Octubre, la cual luego se trasladó a Rumichaca y 9 de Octubre. En esa zona del centro de Guayaquil pasamos más de 40 años de nuestras vidas».
Evocó que él fue quien reparó el reloj del Hospital Luis Vernaza y del Teatro 9 de Octubre, y además lo buscaron para restaurar el reloj de la Torre Morisca y de diario El Telégrafo.
Angélica Coello Sánchez, la cuarta hija del maestro Coello, define a su papá como el consentidor de todos los integrantes de la familia y cumplidor con sus clientes que venían de todos los sectores de la ciudad y del país.
Tuvo entre sus clientes a algunos personajes importantes de la época, uno de ellos fue Clara Bruno de Piana, la primera mujer empresaria del Ecuador.
José Morán, fotógrafo profesional que conoció al artista relojero, lo recuerda como un hombre callado y muy profesional en su labor.
«Era un apasionado de la relojería. No se daba por vencido nunca en la reparación de un reloj. Incluso, cuando no encontraba los repuestos que necesitaba, los construía en un torno; ya sean relojes de brazalete, de bolsillo, de péndulo o cucú».
A lo largo de su vida, el maestro Coello tuvo una gran colección de relojes muy antiguos, uno de ellos data de hace 150 años. En el mezanine de un edificio situado en las calles Sexta y Ayacucho, fue el último lugar donde ubicó su taller desde el 2017, en el cual tenía todo para reparar sus instrumentos para medir el tiempo y donde trabajó hasta donde sus fuerzas se lo permitieron.
El maestro Mariano Millán, un armero que vivió a finales del siglo XVIII en Bogotá y que tuvo a su cargo la composición del reloj público de la iglesia de San Carlos, definía al relojero como un armero, platero, médico, prensista, molinero y herrero. Según Millán, estos eran algunos de los oficios a los que se podía dedicar una persona a la que en determinado momento se le encargaba el mantenimiento o arreglo de un reloj público, de sala o de faltriquera.
Para Millán ciertas técnicas, instrumentos y conocimientos propios de estos oficios podían ser empleados para la compostura de un reloj: las pinzas y los buriles, el pulso y la exactitud prensil de un platero o de un médico bien servían para, por ejemplo, manufacturar o reemplazar piezas de delicadeza mayor; mientras que los armeros, prensistas, molineros y herreros estaban capacitados para entender el interior de un reloj gracias a su destreza con el hierro y su comprensión acerca de los movimientos de las ruedas, engranajes, ejes y tornillos.
Todas estas habilidades las aprendió y desarrolló el maestro Efrén Coello, cuyo legado cruzó fronteras, gracias a su predisposición a enseñar lo que sabía.
La familia no podía estar al margen de la pasión que mostraba al reparar relojes, es por eso que uno de sus yernos, Félix Torres Tanús, aprendió el oficio y abrio dos relojerías en Miami y Nueva York, Estados Unidos. “Gracias al gran maestro, mi suegro, aprendí el oficio desde los 17 años y como él me apasioné hasta el punto de migrar a Nueva York y abrir la relojería Watch Hospital, la cual ya tiene 34 años de fundada y una sucursal en Miami que tiene 20 años. Gracias a la relojería he sacado adelante a mi familia y actualmente también trabaja conmigo mi hijo Karim».
Explica que cuando no podía reparar un reloj, lo llamaba a Don Efrén para que lo ilustrara y si aun así no podía, le enviaba el reloj para que lo arregle.
Sus nietos, Juan Pesantes y Karim Torres, quienes también aprendieron el oficio y poseen sus propios negocios de relojería, reiteran que la pasión de su abuelo eran los relojes antiguos y que era excelente en su oficio.
Con su pérdida, se pierde un gran maestro, cuya mayor satisfacción era saber que sus clientes se mostraban satisfechos al escuchar las campanadas de esas reliquias que nos dan la hora.
Las cinco hermanas Coello Sánchez también comparten ese sentimiento hacia su padre, amigo y maestro, y en conjunto le dedicaron lo siguiente: “Encontrar las palabras que definan lo que significó nuestro padre, es algo que siempre nos va a llenar de amor al expresarlas. Recordar el amor que tuvo para su familia, ese amor incondicional que junto a las enseñanzas y los buenos ejemplos que supo darnos desde la niñez, hicieron de nosotras grandes hijas, madres y esposas. Ahora se apagó una luz en nuestra familia, pero en el cielo brillará por siempre. Todos los días, nuestro padre dio gracias a Dios por su familia y todas las bendiciones que recibió. Por eso, el día en que fallara uno de los relojes en el cielo, Dios le iba a decir: ahora ven a reparar los relojes en el cielo. ¡Padre!, siempre vivirás en nuestros corazones y siempre daremos gracias a Dios por habernos bendecido con tú existencia. Un beso al cielo papá”.