Suena la hora de la ciencia: ¿se escuchará en América Latina?
REDACCIÓN NOTI AMÉRICA (ECUADOR)
- La pandemia nos ha mostrado una vez más la relevancia de contar con capacidades científicas locales para responder a situaciones de crisis. También puso en evidencia las transformaciones del sistema científico, que hoy es mucho más sofisticado, abierto, colaborativo y digital. ¿Será este un momento que detone una mayor inversión y un rediseño en el apoyo a la ciencia y la tecnología en la región?
Vacunas, medicamentos antivirales, respiradores, test de diagnóstico moleculares, pruebas serológicas, vigilancia epidemiológica, aplicaciones de rastreo, datos y modelos predictivos son temas que se comentan cada vez con mayor frecuencia en nuestra nueva realidad marcada por el COVID-19. ¿Qué tienen en común todas estas palabras? Por un lado, que forman parte del arsenal de herramientas que cualquier país del mundo debería contar para hacer frente a la pandemia. Pero también, que todas son resultado de ciencia de excelencia.
La emergencia sanitaria ha puesto también a la ciencia en el foco de las políticas públicas, tanto en la búsqueda de consejos para la toma de decisiones, como en la tarea de investigación y desarrollo (I+D) para poder responder a las nuevas necesidades, poniendo a su vez a prueba la capacidad de respuesta de la política científica de los países.
A nivel global, la pandemia provocó una reacción rápida del sistema científico. Por ejemplo, la primera secuenciación del genoma del SARS-CoV-2 fue desarrollado solo unos días después de identificada la nueva enfermedad, y con ello, muchos países, a partir de sus capacidades instaladas, pudieron generar las primeras pruebas de diagnóstico molecular y empezaron a desarrollar posibles vacunas y terapias. Al mismo tiempo, diversos grupos de científicos se enfocaron en desarrollar modelos de evolución de la nueva enfermedad que, precisiones más o menos, lograron concienciar sobre lo grave que podía llegar a ser la situación y apoyaron la toma de decisiones. El uso de datos fue crítico para estos avances, facilitado por la ola de digitalización de la ciencia en el mundo. Claro, todo esto se ha dado principalmente en la frontera mundial de la ciencia.
Ahora, ¿cómo ha sido la respuesta científica en América Latina y el Caribe (ALC)? El análisis de publicaciones científicas sobre COVID-19 nos muestra que los científicos afiliados a instituciones de países de la región no formaron parte de los primeros avances sobre el conocimiento del virus (ver imagen). Sin embargo, sabemos que solo concentrarse en las publicaciones limita nuestra comprensión del quehacer científico.
Más visible ha sido el trabajo de los científicos de ALC en utilizar el conocimiento mundial para poder desarrollar aplicaciones con usos directos en la identificación, tratamiento y prevención de la enfermedad. Por ejemplo, en Argentina y Uruguay científicos de universidades, institutos de investigación e incluso empresas lograron desarrollar test moleculares y kits de diagnóstico rápidos para el nuevo coronavirus.
Igualmente se han realizado decodificaciones de las variantes locales del virus en diversos países de la región, que además son compartidas en tiempo real con investigadores de todo el orbe, asociaciones para realizar ensayos clínicos de potenciales vacunas con laboratorios internacionales, e inclusive existen iniciativas de desarrollo de vacunas con fuerte desarrollo local en Argentina, Brasil, Chile, y México.
Estos casos ponen de relevancia una vez más la importancia de contar con capacidades científicas locales, lo cual requiere años de investigación básica y aplicada, además contar con las condiciones habilitantes para investigar, como acceso a reactivos, equipamiento y personal especializado, laboratorios con niveles de bioseguridad, entre otros.
Más inversión y rediseño en el apoyo a la ciencia
Históricamente, la región no ha invertido lo suficiente en I+D y muchos países cuentan con sistemas de apoyo a la ciencia frágiles y subfinanciados. Sin embargo, fue sobre estas estructuras que los países realizaron sus primeras inversiones para actuar activamente contra el COVID-19. Los ejemplos mencionados más arriba son una muestra de lo que los científicos locales lograron desarrollar a partir de convocatorias rápidas y programas de financiamiento específico que lanzaron las agencias y ministerios encargados de ciencia, tecnología e innovación.
Pareciera ser que las capacidades instaladas en nuestros países pueden absorber y ejecutar una mayor cantidad de recursos de los que actualmente tienen a disposición. ¿Será este el momento que detone una mayor inversión en ciencia y tecnología en ALC?
Por un período de tiempo ya demasiado largo, la inversión en investigación científica en ALC ha sido relativamente baja, cualquiera que sea el standard con el que se la mire. Con muy contadas excepciones, los gobiernos de la región han considerado poco prioritario financiar un sector cuya contribución de corto plazo al desarrollo es claramente menos visible, en contraste con otras prioridades de inversión en infraestructura o servicios sociales.
Igualmente, esta crisis llega en un momento en el que el sistema científico es mucho más sofisticado y rápido que en el pasado. Internet, la creciente cultura de ciencia abierta y colaborativa, las nuevas tecnologías digitales y la revolución biotecnológica han transformado el panorama de la investigación.
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La experiencia de la pandemia debe servir como “llamado de atención” con respecto a la importancia de financiar la ciencia, el cual esperamos venga acompañado, no solo del muy necesario aumento en la inversión, sino de un rediseño de cómo se concibe y se apoya a la ciencia.
En nuestra reciente publicación “Respuestas al COVID-19 desde la ciencia, la innovación y el desarrollo productivo”, resaltamos las reacciones que se dieron en ALC ante la pandemia desde el mundo de la ciencia y presentamos algunas reflexiones para impulsar la generación de mayores capacidades científicas, incluyendo lineamientos sobre la forma que debe adoptar ese esfuerzo.
¿Cómo impulsar mayores capacidades científicas?
En primer lugar, nuestros sistemas públicos de convocatorias abiertas y competitivas han logrado, indudablemente, mejorar la calidad de la investigación realizada en nuestras instituciones. Sin embargo, hay que reconocer que esto se ha dado sacrificando la flexibilidad para reaccionar rápidamente a nuevas necesidades, y no tomando riesgos para explorar preguntas científicas de mayor incertidumbre. Es necesario complementar el actual apoyo a la ciencia con mecanismos de financiamiento de mediano y largo plazo. Esto tiene que ir de la mano de un rediseño de la carrera científica, así como de las reglas e incentivos que rigen a las universidades y la academia en general, con miras a mejorar la calidad y eficiencia del gasto público en ciencia y tecnología.
En segundo lugar, hay que mejorar las condiciones para poder hacer ciencia de alto nivel. Algunas acciones tomadas por los países durante la emergencia nos han mostrado aquellos espacios en los cuales la regulación puede ser mejorada. Desde una mayor rapidez en los tiempos de procesamiento para desarrollar pruebas clínicas, hasta hacer más fácil la importación de insumos clave, la actividad científica ha experimentado una realidad con menos obstáculos. Las condiciones excepcionales, de todos modos, no lograron suavizar todos los procesos. Los permisos necesarios para fabricar reactivos para las pruebas moleculares o para hacer pruebas de prototipos de nuevos ventiladores en humanos siguen siendo un obstáculo difícil de solventar. Una mejora del marco regulatorio para la ciencia se revela necesaria y urgente.
En tercer lugar, la respuesta científica (e innovadora) ha sido evidentemente reactiva a las condiciones presentadas por el nuevo coronavirus. ¿Cómo podríamos haber reaccionado si hubiéramos estado esperando a la pandemia? El caso de Corea nos ilustra parte de los beneficios, en forma de mitigación de efectos negativos, que tiene estar capacitado para responder ante una familia de problemas. Claro, parte de la respuestas gubernamentales a la amenaza del MERS en 2015 permitieron al país estar mejor preparado para enfrentar al COVID-19. Son estos los aprendizajes que deben motivar a nuestros países a invertir en ciencia y tecnología proactiva, orientada a prevenir y anticipar los siguientes desastres que, sabemos, tarde o temprano volverán a ocurrir. La experiencia de los Países Bajos, transformando la amenaza de recurrentes inundaciones en la capacidad de ser potencia mundial en manejo y gestión de agua, o la de Japón con el desarrollo de tecnología para enfrentar los permanentes movimientos sísmicos que experimenta su territorio, nos ilustran cómo, además, estas inversiones se pueden transformar en motores de diversificación productiva y tecnológica.
En cuarto lugar, la proliferación de diferentes variantes del nuevo coronavirus por nuestros países nos recuerda que los fenómenos naturales no se circunscriben a los límites geopolíticos. Es en estos casos en donde se hace aún más evidente contar con instituciones y rutinas establecidas de colaboración científica regional. La promoción de programas que fomenten la colaboración entre países de la región, y que en cada uno de ellos se adopten prácticas de ciencia abierta debe estar en la agenda de la región. La naturaleza digital de gran parte de los mecanismos de investigación, y de la importancia de la ciencia de datos y la bioinformática deja en evidencia la necesidad de fortalecer a nuestras instituciones científicas en estas tecnologías, fomentando la inversión en infraestructura y, sobre todo, en habilidades.
Finalmente, ninguna propuesta de intervención puede ser llevada adelante con éxito si no se considera también la calidad de los ministerios y agencias encargadas de su diseño y ejecución. La capacidad que mostraron algunos de nuestros países al utilizar rápidamente el set de herramientas disponibles y dirigirlo hacia la pandemia da cuenta de los enormes avances en la institucionalidad, tanto en países que establecieron sus instituciones de ciencia y tecnología a mediados del siglo pasado, como en aquellos con una historia más reciente. Sin embargo, la pandemia se da en un contexto en el que muchos países siguen buscando mejorar sus arreglos institucionales para la ciencia y tecnología.
Independientemente de los caminos que se exploren, las condiciones de base para cualquier sistema siguen siendo una guía de relevancia para continuar fortaleciendo nuestros sistemas públicos de fomento a la ciencia y la tecnología: claridad en los roles de diseño y ejecución de la política, mecanismos para evitar la captura institucional, fomentar la sostenibilidad de la política en el mediano plazo, y dotar a las instituciones de los recursos y la capacidad técnica suficiente para llevar adelante una actividad cada vez más compleja y, como estamos experimentando, crítica para el bienestar de nuestra población.
Fuente: BID