VIOLENCIA FAMILIAR Y CONDUCTA DELICTIVA
REDACCIÓN NOTI-AMÉRICA ECUADOR
Existe una larga tradición académica en torno al rol que las familias desempeñan en el desarrollo de la conducta delictiva. Se sabe que los niños que crecen en hogares caracterizados por el conflicto y/o el maltrato son más proclives a ser delincuentes mientras que una familia protectora puede darle una mayor contención al niño, incluso en un ambiente externo hostil y dañino (Smith y Stern, 1997).
La teoría del control social (Gottfredson y Hirschi, 1990) y la teoría del aprendizaje social han sido los marcos explicativos más consultados en torno a esta línea de análisis (Smith y Stern, 1997). La primera enfatiza el efecto restrictivo que representa el apego a la familia a la hora de que un individuo se incline por desarrollar una conducta delictiva (Sampson, 1992). La segunda aduce que los patrones familiares coercitivos de interacción son aprehendidos en la infancia, luego son conservados y reproducidos durante la adultez.
Ambas teorías enfatizan la importancia del papel de la familia, especialmente en los primeros años de vida de los hijos. Uno de los mecanismos causales que afecta la tendencia a desarrollar una conducta delictiva es el bajo nivel de empatía que posee el agresor. La empatía, de acuerdo a estas líneas argumentativas, es un atributo aprendido y/o incorporado a través de las interacciones con padres a temprana edad. La violencia familiar incluye no solo el maltrato recibido directamente por el o la menor (violencia directa) sino también la exposición a la violencia entre sus padres –violenwcia indirecta- (Frías Armenta y Gaxiola Romero, 2008).
Ambas dimensiones de la violencia han sido consideradas como predictores de la conducta violenta y/o delictiva (Broidy et al., 2003). El maltrato infantil ha recibido mayor atención como predictor del delito y la conducta antisocial durante la adultez (Widom y Maxfield, 2001; Smith, Ireland y Thornberry, 2005; Ireland y Smith, 2009). En cambio, el análisis de otras dimensiones de la violencia familiar, tal como crecer en un hogar donde se experimenta violencia entre los padres, está menos desarrollado (Frías Armenta y Gaxiola Romero, 2008; Ireland y Smith, 2009).
El maltrato infantil se presenta positivamente asociado con la violencia, la delincuencia y la reincidencia en numerosos estudios (Widom, 1989; Malinosky-Rummell y Hansen, 1993; Smith y Thornberry, 1995; Benda, 2005; Ryan y Testa, 2005; Petrosino, Derzon y Lavenberg, 2009). Los hallazgos indican que haber sido maltratado durante la infancia (violencia directa) incrementa significativamente el riesgo de desarrollar una conducta delictiva en la adolescencia y adultez (Broidy et al., 2003).
La victimización de uno de los padres a manos del otro (violencia indirecta) es también considerada como otra variable clave (Frías Armenta y Gaxiola Romero, 2008). Diversos autores subrayan los efectos perjudiciales de esta modalidad indirecta de violencia para el niño o niña en lo que respecta a la conducta delictiva (Ireland y Smith, 2009; O’Keefe, 1998; Fergusson y Horwood, 1998), a la agresividad y al comportamiento antisocial (Kolbo, Blakely y Engleman, 1996; Langhinrichsen-Rohling y Neidig, 1995; Sternberg et al. 1993). La mayoría de las investigaciones indagan la influencia en la conducta delictiva de una u otra modalidad de maltrato, es decir, son escasos los estudios que consideran en el análisis las dos variables de forma simultánea.
Entre quienes sí consideran las dos clases de violencia, los resultados son diferentes. Por un lado, por ejemplo, Weaver, Borkowski y Whitman (2008) señalan que los dos tipos de violencia familiar (en las que el niño o niña es una víctima directa e indirecta) predicen la delincuencia y el comportamiento violento. Por otro lado, al mismo tiempo otros estudios consideran que solo uno de los tipos de victimización influye. Por ejemplo, Herrera y McCloskey (2001) destacan que haber crecido en un hogar donde se ejercía violencia entre los padres predice el desarrollo de una conducta delictiva en mayor medida que el hecho de haber sido víctima directa.
Contrariamente, en lo que se refiere específicamente a la agresión en la pareja, Simons, Lin y Gordon (1998) sugieren que el hecho de haber experimentado maltrato infantil incrementa las chances de ser agresor en la pareja. Al mismo tiempo, estos autores consideran que el hecho de haber experimentado violencia indirecta representa nulo o escaso efecto en la probabilidad de ser agresor.
Fuente: Banco Interamericano de Desarrollo