Derecho a la educación o a la vida, ¿cuál es la prioridad?
El 2020 ha sido el año más extraño que hemos vivido las generaciones recientes: un periodo de cambios, inseguridades, desatinos y aprendizajes para el que, evidentemente, no estábamos preparados. Ni los colombianos, ni los estadounidenses, ni los franceses, ni los chinos, ni nadie se imaginó en medio de una situación que divaga constantemente entre lo catastrófico y lo absurdo y cuya magnitud ha puesto a la humanidad a dar tumbos en busca de la solución de problemas insospechados hasta hace unos cuantos meses.
No obstante, aún cuando se estén presentando dificultades similares en distintas partes del mundo, hay factores que podrían ponernos en desventaja con respecto a otros países, sobre todo frente a aquellos ubicados al otro lado del Atlántico: el desarrollo económico, la disposición para cumplir con ciertas normas o la existencia de programas de asistencia social, son ejemplo de ello.
Pese a lo anterior, se supone que los países de nuestro hemisferio deberían tener un as bajo la manga frente al manejo de la pandemia; esa ventaja se llama “tiempo”; una circunstancia valiosísima con la que no contaron los asiáticos o los europeos y que en América ha sido menospreciada. Las enseñanzas de otras experiencias son desestimadas por nuestros líderes todo el tiempo, ignorando lo valioso de sus desaciertos y sus logros.
¿Qué es eso que impide tomar decisiones que realmente les convengan a los ciudadanos? ¿Cuáles son las prioridades de los gobiernos? ¿Por qué la economía prima por sobre el bienestar de las personas?
De la misma forma que administrar la riqueza de un país es un asunto de vital importancia y que no se puede tomar a la ligera, tampoco lo es la seguridad de su población. Es cierto que tanto los grandes empresarios como los ciudadanos de a pie tienen inmensas necesidades, pero llama la atención que durante el pico más alto de la pandemia (alrededor de 1600 contagios y más de 60 muertos en un día) se esté anunciando un regreso tan acelerado a la vida normal. La cantidad, el orden y los protocolos de reactivación requieren una revisión urgente, así como los controles de las autoridades.
Ahora bien, hay sectores que requieren y están preparados para iniciar labores de nuevo, pero no es clara la necesidad de que uno de ellos sea el educativo. ¿Por qué razón hay que exponer a los niños? ¿no sirve de algo saber que en Francia y España tuvieron que volver a cerrar algunas instituciones debido al aumento de los contagios? ¿Por qué el congreso, los bares y discotecas no pueden abrir, pero los colegios sí?
Según palabras de la ministra del Interior, Alicia Arango, (en respuesta a la propuesta del alcalde de Neiva, quien propuso la reapertura del sector de bares y discotecas) “esta posibilidad ni siquiera se contempla en la actualidad, teniendo en cuenta el momento de la pandemia”. Esto me recuerda algo que leí en alguna red social: para el gobierno son más valiosos los borrachos que los niños.
Resulta un poco irrisoria la propuesta del Ministerio de Educación de regresar a las aulas de manera alternada sin que las instituciones cuenten con la infraestructura y las condiciones necesarias para que esto se lleve a cabo (algunos ni siquiera tienen agua potable). Dese cuenta, señor lector, que en los colegios distritales se manejan cursos de más de cuarenta estudiantes y para atenderlos sería necesario contratar con el doble de maestros, para que unos se encarguen de la educación virtual y otros de la presencial, porque con las dos al tiempo resulta imposible.
Más iluso aún resulta pretender que los niños van a quedarse quietos, alejados los unos de los otros con un tapabocas durante toda una jornada. Con el respeto que los funcionarios de la Organización Mundial de la Salud y los del Ministerio de Educación me merecen, esa afirmación solo indica un profundo desconocimiento de la naturaleza de un niño. Si ha sido difícil llamar al orden a los adultos, ¿qué puede esperarse de los menores?
Es indiscutible la necesidad de garantizar el derecho a la educación, lo cual, aunque no sea de la manera ideal, se está haciendo; pero por encima de este están el derecho a la vida y a la protección. No olvidemos que, ante una situación de peligro, la prioridad son los niños: no podemos enviarlos a librar una batalla que ni los adultos hemos podido ganar.
Como madre de dos niñas digo: No voy a exponer a lo más preciado que tengo, por no perder un año escolar. Como docente repito: No voy a exponerme para, de la misma forma, afectar lo más preciado que tengo, ni voy a pedirle a las familias de mis estudiantes que lo hagan. La salud y la vida están sobre cualquier cosa.