El tercer misterio de Fátima fue comprobado
Nota de Prensa
Hernán Alejandro Olano García
Cuán impresionante fue para muchos de nosotros, hace casi un año, ver llegar lleno de pesar al papa Francisco a la Basílica de San Pedro, subiendo la cuesta hacia el «sacrato», para pronunciar allí, en la soledad de la plaza, en medio de una ciudad en ruinas por los millares de muertos, para ubicarse frente a esa columnata de Bernini que abraza a Roma, una homilía en un acto sin precedentes, como lo fue la bendición Urbi et Orbi, para la Ciudad y el Mundo, por fuera de las fechas tradicionales ordinarias y extraordinaria: la natividad y la pascua de resurrección y, de la elección de un Pontífice.
Ver llegar al Papa, indefenso frente a la pandemia del Covid-19 que tantos muertos arrastra a diario en ese momento y aún hoy a Italia, particularmente personas mayores de 70 años, teniendo él 84 en su calendario, cumplidos el pasado 17 de diciembre, nos muestra la fortaleza de un hombre que desde 2013 ha sabido ganarse el cariño, pero particularmente el respeto como autoridad religiosa y moral del mundo, sin distingo de líderes políticos y acepciones religiosas.
En el documento de Aparecida, Brasil, en el cual tuvo tanto que ver el cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy papa Francisco, en el numeral 418 dice que la pastoral de la salud «Es la respuesta a los grandes interrogantes de la vida, como son el sufrimiento y la muerte, a la luz de la muerte y resurrección del Señor». Francisco nos plantea algunas respuestas a esos interrogantes en su homilía, porque Reflexionando sobre el Evangelio de San Marcos, el Papa habla de la «tempestad»: «La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, proyectos, rutinas y prioridades».
Pero también nos dice que «nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa». Ese materialismo, base del ateísmo y esa prosa, base del capitalismo furioso, no nos ha dejado más que desolación y muerte. Hemos visto en 2020, como lo vieron en 1917 los tres pastorcitos Lucía dos Santos, Jacinta y Francisco Marto, al ángel con la espada, pero también a Nuestra Señora de Fátima, que le dice a Lucía: He visto a un Obispo vestido de Blanco… subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino».
Esa tercera parte del secreto de Fátima, revelado el 13 de julio de 1917 a los tres pastorcillos en la Cueva de Iría-Fátima y transcrito por Sor Lucía el 3 de enero de 1944. Fue hecho público por el Secretario de Estado, Cardenal Ángelo Sodano, el 13 de mayo del 2000 y, las imágenes del año pasado, aún apocalípticas, nos recuerdan que todo fue predicho y que lo único que nos queda es encomendar nuestra salvación y la del mundo entero. (GRS-Orbedatos).