Mostrándole la lengua al pueblo colombiano
Alguna vez trabajé con alguien cuyo cumplimiento de las funciones que se le asignaban dejaba mucho qué desear: era más bien despreocupado (por no decir conchudo), no respetaba horarios ni hacía lo que se suponía que tenía que hacer, solo lo que él quería y, lo peor, es que cuando le llamaban la atención, se limitaba a asentir y comprometerse a cambiar de actitud, para, más adelante, jactarse de no tener la más mínima intención de hacerlo. “Yo simplemente a todo le digo que sí, pero no pienso cambiar nada”, decía, y eso era justamente lo que hacía y tenía razón: no pasaba nada.
Traigo esto a colación porque las situaciones que se reflejan en el descontento con el gobierno actual y, en especial, las que motivan la movilización indígena, me recuerdan mucho a ese personaje; ver su indiferencia para con los asuntos vitales del pueblo, su irrespeto por sus necesidades y la manera como se burla de las promesas pactadas, genera en mí la misma imagen mental de ese que le mostraba la lengua a sus responsabilidades, diciéndole a todo que sí, sabiendo que no lo iba a cumplir, con la seguridad de que nada iba pasar y con quien, efectivamente, nada pasa.
«Hay gente atravesando medio país para exigir que no hayan más masacres en sus comunidades, que se respete la vida de los líderes sociales y que se cumpla con los compromisos adquiridos en relación a las decisiones que tienen que ver con su territorio…»
Bueno, nada pasa con el gobierno, porque los problemas siguen aumentando, por más de que muchos salgan a desestimarlos e incluso a indisponer a los manifestantes frente a sus compatriotas por defender sus ideales y su integridad. Qué poca memoria o más bien, qué memoria tan selectiva y cómoda tenemos los colombianos, que hace tan solo un mes nos rasgábamos las vestiduras por el asesinato de Javier Ordóñez y las muertes ocurridas como consecuencia de este hecho en Bogotá y menos de un año atrás llorábamos a Dylan Cruz, pero que no entendemos que hay gente atravesando medio país para exigir que no hayan más masacres en sus comunidades, que se respete la vida de los líderes sociales y que se cumpla con los compromisos adquiridos en relación a las decisiones que tienen que ver con su territorio desde hace mucho tiempo y a los que este, como varios otros gobiernos de turno, les siguen mostrando la lengua.
Que de dónde salió el dinero para la movilización, se preguntan quienes observan sin chistar la compra de votos de los que están administrando el país o que nos vamos a infectar con coronavirus, afirman los mismos que organizaron un día específico para contagiarnos a cambio de una rebaja y quienes muy seguramente culparán a la minga indígena de las cifras de Covid de noviembre, sin siquiera mencionar que, desde que se abrió el comercio, cualquier calle del país parece una feria, donde los protocolos de bioseguridad no son más que un mal chiste. Así nos lavan el cerebro en este país
Ahora, si la angustia es tan grande, ¿por qué el señor presidente no se desplaza hasta el territorio donde se le requiere y da las explicaciones pertinentes? ¿Por qué no va y les dice a los indígenas en su cara que solo lo que tiene que ver con dinero es importante en Colombia y que por eso, cuando se le pide cuentas por su actuación frente a la vulneración a su derecho fundamental a la vida, la respuesta viene impregnada de preocupación por la reactivación económica?
«Ojalá las generaciones venideras sepan perdonar que la única promesa que supo cumplir a cabalidad fue la de “hacer trizas ese maldito papel” en el que estaban cifradas las esperanzas de todos los colombianos, en especial las de aquellos que vienen en caravana pidiéndole cuentas a quien no tiene la gallardía de darles la cara.»
Quién sabe hasta cuándo el pueblo seguirá aguantando que sus dirigentes les muestren la lengua con el cumplimiento de los compromisos realizados. Ojalá las generaciones venideras sepan perdonar que la única promesa que supo cumplir a cabalidad fue la de “hacer trizas ese maldito papel” en el que estaban cifradas las esperanzas de todos los colombianos, en especial las de aquellos que vienen en caravana pidiéndole cuentas a quien no tiene la gallardía de darles la cara.