Una indiferencia que nos devuelve en el tiempo
Corría el año 2018 y los ánimos políticos estaban bastante arriba. Pese a no vivir en el escenario perfecto, se sentía algo de esperanza en el ambiente y no era para menos: hacía menos de dos años se había firmado el acuerdo de paz con la guerrilla más antigua del mundo y por primera vez veíamos a quienes habían sido nuestros verdugos intentando reincorporarse a la vida civil y ejercer una actividad diferente, con armas para trabajar y no para amedrentar, secuestrar y matar; el hospital militar se veía casi vacío y el país se preparaba para seguir prosperando.
«La palabra “masacre” vuelve a convertirse en nuestro pan de cada día y volvemos a oír con tristeza los gritos desesperados de madres inconsolables acompañados de los testimonios de voces entrecortadas que suplican ayuda frente a amenazas contra su vida.»
Sin embargo, el sueño nos duró poco. Han bastado solo dos años para retornar a una pesadilla que se niega a desaparecer; la palabra “masacre” vuelve a convertirse en nuestro pan de cada día y volvemos a oír con tristeza los gritos desesperados de madres inconsolables acompañados de los testimonios de voces entrecortadas que suplican ayuda frente a amenazas contra su vida. Por si fuera poco, a idea de “desplazamiento forzoso” se materializa una vez más, porque simplemente regresamos a los noventas.
Recuerdo una conversación que tuve con respecto a las elecciones que se avecinaban con alguien a quien estimo, pero cuya posición política o más bien la ausencia de la misma llegó a generarme cierta desazón. Su planteamiento era que no pensaba votar porque finalmente su vida iba a seguir siendo la misma, que la vida cambiaba para el que ganaba, pero que él iba a tener que continuar trabajando como lo había hecho siempre. Una sensación aún más desconcertante experimenté cuando alguien cercano me manifestó su intención de votar por un candidato por miedo a que el país se “convirtiera en otra Venezuela”, ignorando a propósito las cualidades elementales para dirigir una nación y el pasado que le acompañaba a su partido político. Dicho pasado, es el que estamos recordando a las malas, gracias a la actuación de personas que pueden ser excelentes seres humanos en muchos aspectos, pero que actúan pensando solo en sí mismas – no en colectivo- o, peor aún, que lo hacen sin pensar.
«Escuchar que el presidente le ofrece un estadio a un pueblo que acaba de perder a 9 de sus hijos en medio de una masacre, además de utilizar un eufemismo como “homicidio colectivo” para restarle importancia a un acto tan horripilante, deja mucho que pensar.»
El ambiente de intranquilidad que vive de nuevo el país sumado a la demostrada falta de idoneidad de quien en este momento lleva sus riendas, causa impaciencia. Escuchar que el presidente le ofrece un estadio a un pueblo que acaba de perder a 9 de sus hijos en medio de una masacre, además de utilizar un eufemismo como “homicidio colectivo” para restarle importancia a un acto tan horripilante, deja mucho que pensar. Para completar, presenciar cómo el mandatario se autoconvence de que está haciendo las cosas bien al comparar 2 años de su administración con 8 años de la anterior, es motivo de desesperanza, porque lo lleva a uno a pensar que las cosas, lejos de mejorar, tienden a ser cada vez peores, sobre todo para quienes ya habían vivido los estragos de la violencia y rogaron a los indiferentes y desmemoriados que le apostaran a la paz porque no querían seguir poniendo los muertos.
No sé cuántas veces estaremos destinados a repetir esta misma historia, porque los últimos acontecimientos nos han demostrado que la memoria no es la facultad que más nos identifique como colombianos. Todo lo tomamos a la ligera y no nos duele hasta que la sangre no toque nuestra puerta. Nos quejamos durante cuatro años de nuestras malas decisiones en las urnas para, en el momento decisivo, volver a subir al poder a los causantes de tantos momentos amargos que hemos vivido como país.
Ojalá esta situación nos sirva para tomar conciencia de que la única manera que tenemos para salir adelante es adquirir sentido de pertenencia con el país y con todos nuestros conciudadanos y privilegiar en nuestras decisiones a futuro las lágrimas de los padres y los huérfanos de verdad, aquellos que no cuentan con trescientos escoltas que los cuiden, ni todas las garantías para defenderse. En otras palabras: tenemos que aprender a pensar en nosotros mismos y en los nuestros y darle un palmo de narices a quienes ignoran e incluso se benefician de nuestro sufrimiento.