Los colombianos y nuestra manera de razonar: somos un chiste mal contado
Opinión: Flor María Torres Estepa. Lic. Español – Inglés Universidad Pedagógica Nacional
Ser colombiano da para todo: un día hacemos una marcha porque queremos paz y, cuando nos preguntan si la queremos, decimos que no; nos quejamos de la corrupción, pero nos dejamos comprar con un tamal y unas tejas, nos alarmamos con que el vecino médico se vea obligado a respirar a tres metros de nosotros, pero un día (en el que más contagios y muertes se registraron en el país por Coronavirus) nos da por ir a comprar un televisor dándonos codazos con la gente para poder entrar a un centro comercial.
… En realidad, ¡somos un chiste mal contado!
Da risa, más bien nerviosa, toda la situación de ayer: desde las aglomeraciones para ingresar a los centros comerciales, pasando por los ancianos que en ellas se encontraban; las supuestas ofertas que desde el día anterior se habían denunciado como fraudulentas y el balance satisfactorio que da un gobierno que lleva 3 meses diciéndonos que no podemos casi mirarnos, porque nos vamos a morir, pero que no le ve inconveniente en organizar (si es que a eso se le puede llamar organización) un día en el que es válido saltarse todos los protocolos de seguridad con tal de que la economía se active y quienes participan de la cadena de comercialización de tecnología (que deben ser los sectores más humildes del país) no perezcan de inanición.
Y pensar que hasta hace unos días la indignación nacional giraba en torno a los excesos de la policía con la gente que se veía obligada a salir a la calle a rebuscarse tres pesos con qué comer y que entrar acompañado a un supermercado a abastecerse de víveres representaba un delito. Parece ser que el virus, con el que nos han venido amedrentando desde hace unos meses y que nos ha obligado a alejarnos de los que amamos, responde a estrategias de mercadeo y se compadece, no solo de los que adquieren electrodomésticos, sino de los bancos, que hicieron su agosto viendo como miles de incautos -muchos de los cuales se rasgan las vestiduras diciendo que no tienen dinero para los gastos básicos- le aumentaron una deuda a su “drama”. La tal pobreza oculta no es un tema de dinero, es mental.
«Parece ser que el virus, con el que nos han venido amedrentando desde hace unos meses y que nos ha obligado a alejarnos de los que amamos, responde a estrategias de mercadeo y se compadece, no solo de los que adquieren electrodomésticos, sino de los bancos»
Qué tristeza que esa mal llamada “malicia indígena” de la cual nos ufanamos para cometer alguna fechoría solo nos sirva para hacerle daño al que está en una situación de desventaja frente a nosotros y no para desarrollar una estrategia para salvaguardarnos del peligro, y que caigamos de la manera más ingenua en trampas ridículas que en este momento nos convierten en el hazmerreír del mundo.
Sin embargo, algo medianamente bueno dejó el ejercicio, pues sirvió para que el señor presidente nos ilustrara sobre lo que es el “aislamiento inteligente”. Quizás esto sea útil para que nos demos cuenta de que si hay algo de lo que poco tenemos es de esto último y por fin comprendamos que el tema del regreso al colegio por parte de los niños ni siquiera debería estar en discusión: si los adultos se comportan de esta forma, es evidente que los menores no están preparados para interactuar de manera segura.
Esperemos que al tiempo que el sector de la economía se alista para robustecerse a cambio de las vidas de los ciudadanos organizando dos nuevas jornadas “exitosísimas” del día sin IVA, los ciudadanos se estén preparando para el día sin UCI. Cabe aquí recordar que su ocupación, por lo menos en Bogotá, está por encima del 57% a la fecha.
«Lástima que ni siquiera vamos a tener la oportunidad de acompañar a nuestros seres queridos a su última morada, porque qué peligro, de pronto nos aglomeramos, nos contagiamos y nos morimos»
Pero no hay de qué preocuparse, pues hay un sector de la economía que siempre va a estar ahí para acogernos: el de las funerarias. Lástima que ni siquiera vamos a tener la oportunidad de acompañar a nuestros seres queridos a su última morada, porque qué peligro, de pronto nos aglomeramos, nos contagiamos y nos morimos.