El gremio de la salud en medio de la desfachatez, la falta de consideración y el irrespeto
Opinión por: Flor María Torres Estepa. Lic. Español – Inglés Universidad Pedagógica Nacional
La imagen del médico José Buelvas (internista de la UCI del Hospital Adelita de Char en Soledad, Atlántico) con una corona fúnebre en sus manos y denunciando con voz entrecortada amenazas en contra de su vida es sobrecogedora e indignante. Sobrecogedora, porque el entendimiento no alcanza para procesar el hecho de que alguien que expone día a día su vida en pro del bienestar ajeno -con todo lo que esto representa en la actual situación del país y del mundo- pueda ser víctima de un hecho tan cobarde y mezquino. Indignante, porque el caso del Dr. Buelvas se ha hecho común en Colombia y tiene más aristas de las que a simple vista se alcanzan a vislumbrar.
Se trata principalmente de la ignorancia propia de quien desconoce un oficio y, no obstante, se atreve a cuestionarlo sin tener en cuenta las circunstancias bajo las cuales se ejerce, pero, a mi parecer, tiene que ver también con un tema de desfachatez, pues ya se han vuelto cotidianas las imágenes de grupos de personas departiendo en la calle, sin ningún tipo de protección, ni distanciamiento social. Individuos a los que poco y nada les importa arriesgar su vida, la de sus familiares y, en general, la de la comunidad, pero quienes ante un posible contagio no dudan en vociferar, insultar e incluso amenazar a quienes les prestan un servicio.
Mucha gente ha tomado la situación a la ligera y entre más casos se presentan, parecieran asumirla de manera más deportiva aún. El tapabocas les resulta más atractivo como corbatín y piensan que con el remedio casero de la abuelita o a punta de consejos provenientes de cadenas de whatsapp se volverán inmunes a la pandemia. De hecho, hay publicaciones sin rigor académico que niegan la existencia del virus.
Ese sentido e impotente “¡hasta cuando!” del doctor Buelvas es la voz lastimera de toda una comunidad que viene pidiendo a gritos respeto, consideración y apoyo. Aparte del tema de las amenazas, que es de por sí inconcebible, está el abandono de un gobierno al que se le solicitan mil veces elementos tan básicos como insumos de bioseguridad (lo mínimo para ejercer su labor) y prefiere comprar camionetas o firmar contratos repletos de irregularidades en la adquisición de artículos hospitalarios e insumos médicos. Eso también es conchudez.
Es el gobierno, es la sociedad, es el resultado de una cultura jactanciosa, que se ufana de sabérselas todas, por lo que no acata recomendaciones y, aparte de todo, es insolente, lo que la lleva a descalificar el esfuerzo, la dedicación y el sacrificio que implica la labor del otro; que reclama con ira, no con argumentos y que justifica con violencia su manera de sentir.
Es mucho lo que le debemos al personal de salud, sobre todo en este momento en el que la mayoría de nosotros tiene la posibilidad de compartir con los suyos, mientras ellos están luchando cara a cara contra el enemigo. Por eso, y por el simple hecho de ser humanos, merecen respeto.
El desarrollo de una sociedad depende en gran medida del respeto que se profesan sus miembros entre sí. Nosotros los colombianos, desde el funcionario de más alto rango, hasta el más humilde de los ciudadanos de a pie, debemos aprender a interrelacionarnos de manera respetuosa con nuestros congéneres, esa es la base para solucionar gran parte de las discrepancias que tenemos a diario; es tan simple como: si yo respeto al otro, no lo insulto, no lo amenazo o no me robo lo que necesita para sobrevivir. Una sociedad incapaz de respetar la vida, la integridad o el bienestar del otro está condenada a vivir eternamente consternada, temerosa y decepcionada.