Colombia en medio de un gobierno que produce pena ajena
Si hay una sensación que me irrite profundamente es la de la pena ajena porque, si uno se da cuenta de que está cometiendo un error, inmediatamente su cerebro le dice que pare, que se retracte, que corrija; pero cuando se trata de otra persona la que se empeña en hacer el ridículo, uno la ve como en cámara lenta, obstinándose en alimentar el desconcierto de quienes le observan mientras cuestionan su inteligencia e idoneidad para desarrollar la tarea en la que pretende mostrar habilidad.
¡Eso es lo que me pasa cada vez que escucho hablar al presidente Duque!
Solo basta con ver el numerito de la instalación del congreso el pasado 20 de julio: no habían pasado veinte segundos y ya estaba haciéndole venias al expresidente Uribe y, de paso, dándole la razón a todo el que lo tilda de títere. ¿Será que no hay nadie que le haga caer en cuenta que el presidente es él? Además, el hecho de que al final tuvieran que buscarlo para recordarle para qué era que estaba ahí, tampoco lo deja ver como el más empoderado en su cargo.
«Ojalá alguien le diga que repetir mil veces la palabra “legalidad” no la convierte en real, que primero hay que hacer las cosas para luego nombrarlas en una alocución tan importante, ¡Qué oso!»
Más adelante vino un discurso absolutamente fuera contexto. Yo me imagino a sus colaboradores detrás de cámaras haciéndole muecas para que advierta que se equivocó, que lo que está leyendo no tiene nada que ver con la realidad del país al que supuestamente gobierna. Ojalá alguien le diga que repetir mil veces la palabra “legalidad” no la convierte en real, que primero hay que hacer las cosas para luego nombrarlas en una alocución tan importante, ¡Qué oso!
Se me caía la cara de la vergüenza cuando lo escuchaba hablar de que el senado y la cámara estaban respondiendo con la virtualidad para aprobar importantes leyes para el país y profundizar en el control político, porque se me vino a la cabeza la aprobación de la ley del carriel como patrimonio nacional, mientras el país no tenía idea de cómo reaccionar a la pandemia, y la falta de seguimiento a las actuaciones del fiscal paseador.
Luego dijo que el estado avanza hombro a hombro junto a los ciudadanos y que La fuerza pública garantiza la seguridad velando por el respeto de los derechos ajenos. Una afirmación así después de los abusos de la policía contra varias personas -entre las que se cuentan adultos mayores- que no tenían más opción que salir a rebuscar su sustento diario (porque los mercados prometidos jamás llegaron) y, peor aún, luego de la barbaridad del abuso de los militares a la niña indígena, más que desubicación, es muestra de un descaro absoluto.
Y continuó, hablando con ligereza de la supuesta disminución en el número de asesinatos de los líderes sociales, desconociendo el retorno de las masacres que eran pan de cada día hace veinte años, y que han hecho que, para todos aquellos que luchan por los derechos elementales de los menos favorecidos, la cuarentena sea el menor de todos sus males porque su vida está en peligro y él es el único que no lo sabe.
Fue para morirse de la risa escucharlo decir que su gobierno enfrenta sin tregua la corrupción después de los escándalos de Odebrecht, la “Ñeñe política” o los beneficios al exministro Arias y decir sin asomo de sonrojo que no hay paz donde prevalece la impunidad, cuando su mandato ha sido la prueba fehaciente de que en Colombia cualquiera puede cometer un delito con la tranquilidad de que no va a pasarle nada porque el estado va a buscar la manera de protegerlo. Solo basta preguntarle a la familia Samboní o las de los niños bombardeados por el ejército en Caquetá para comprobarlo.
Tal vez se enteró de todo esto al escuchar el discurso de la senadora Aída Avella, quien tiene el país mucho más presente en su cabeza que el mandatario de los colombianos. Aunque, pensándolo bien, quizás no lo hizo porque estaba ocupado refunfuñando porque “la vieja esa” como tuvo a bien llamarla, pidió verificar lo que la ciudadanía le suplica a gritos: que preste atención al clamor de su gente, que cada vez lo ve más alejado de la realidad que vive; que se conecte con ella y se desconecte de ese show diario que no tiene pies ni cabeza y que ni siquiera ha servido para mejorar el panorama de la salud en Colombia en un momento tan álgido.
«Algo más bien quimérico en un país que acaba de envestir como presidente del congreso al mejor representante de la clase corrupta que lo está hundiendo»
“¿Cómo queremos que la historia recuerde nuestro actuar?” preguntó el señor presidente al finalizar su intervención y yo contesto: como el de un gobierno que logró zafarse de la sombra de corrupción sin límites que lo estaba carcomiendo y que logró darle un giro a un mandato desastroso que no ha hecho sino darles la espalda a los colombianos. Algo más bien quimérico en un país que acaba de envestir como presidente del congreso al mejor representante de la clase corrupta que lo está hundiendo.