El líder del Partido de los Trabajadores (PT), que ya rigió entre 2003 y 2010, volverá a ocupar la Presidencia de un Brasil extremadamente dividido a partir del 1 de enero de 2023 y por los 4 años siguientes. Lula obtuvo 59,7 millones de sufragios, mientras que Bolsonaro, líder de la extrema derecha brasileña y capitán retirado del Ejército, terminó con 57,7 millones, con el 99,10% del censo escrutado, según los datos del Tribunal Superior Electoral (TSE).
La emoción en el escrutinio se conservó hasta el último instante en la que ya son las elecciones más justas de la historia del país. La votación estuvo más apretada de lo que esperaban los sondeos previos a los comicios, reflejo de la alta polarización que vive Brasil y que incluso ha derivado en episodios de violencia política durante la campaña. Como ya pasó en la primera ronda, las grandes empresas demoscópicas no alcanzaron a precisar la fuerza del bolsonarismo. Las elecciones catalogadas como de alto riesgo fue un revés sorprendente para Da Silva, cuyo encarcelamiento por corrupción lo dejó fuera de las elecciones de 2018 que llevaron al poder a Bolsonaro, un defensor de los valores sociales conservadores.
Lo ajustado del recuento se notaba en la calle. La usual agitación de un domingo en Río de Janeiro mudó a las seis de la tarde en un gran silencio, mientras los ciudadanos se mantenían atentos a los televisores de casas particulares y bares. La calma se rompió cerca de las siete de la tarde, cuando Lula le dio la vuelta al recuento. Bolsonaro, un nostálgico de la dictadura militar (1964-1985), empezó el conteo por delante, pero con el 67,76% escrutado, el expresidente progresista pasó a liderar, tendencia que se mantuvo hasta el final, aunque siempre con un margen mínimo.
Antes de la votación, la campaña de Bolsonaro había hecho afirmaciones repetidas, no comprobadas, de posible manipulación electoral, lo que generó temores de que no aceptaría la derrota y desafiaría los resultados si perdía. “Hoy el único ganador es el pueblo brasileño”, dijo da Silva en una proclama en un hotel en el centro de Sao Paulo. “Esta no es una victoria mía ni del Partido de los Trabajadores, ni de los partidos que me apoyaron en campaña. Es la victoria de un movimiento democrático que se formó por encima de los partidos políticos, los intereses personales y las ideologías para que la democracia saliera victoriosa”.
Lula también fue el ganador de la primera vuelta el 2 de octubre, donde obtuvo el 48,4% de los votos frente al 43,2% de Bolsonaro. Lula, de 77 años, ganó la votación para volver a liderar la economía más grande de América Latina. Da Silva construyó un extenso programa de bienestar social durante su mandato que ayudó a elevar a decenas de millones a la clase media. Da Silva se ha comprometido a aumentar el gasto en los pobres, restablecer las relaciones con gobiernos extranjeros y tomar medidas audaces para eliminar la tala ilegal en la selva amazónica.
Durante la campaña, prometió “restaurar” el Brasil de Bolsonaro, acabar con el hambre, que actualmente afecta a unos 33 millones de brasileños, e “incluir a los pobres en el presupuesto nacional” combinando la responsabilidad social, económica y ambiental. También quiere dirigir a Brasil durante cuatro años. Durante meses, Da Silva pareció ganar cómodamente mientras evocaba la nostalgia de una presidencia en un momento en que la economía de Brasil estaba en auge y los beneficios ayudaron a decenas de millones a unirse a la clase media.
Da Silva ha prometido gobernar fuera de su partido. Dijo que quiere ganarse a los centristas, incluso a algunos de la derecha que votaron por él en primer lugar, y restaurar el pasado más próspero del país. No obstante, se enfrenta a una sociedad políticamente polarizada con una desaceleración del crecimiento económico y una inflación galopante.
Fue la elección más reñida que ha visto el país desde el regreso a la democracia en 1985, y la primera vez que un presidente en ejercicio no logra la reelección. Ambos candidatos tenían poco más de 2 millones de votos de diferencia.
La victoria de Lula en las encuestas significa que la izquierda gobernará seis de las economías más grandes de América Latina y el 85% de la población a partir de enero. Solo Ecuador, Uruguay y Paraguay seguirán teniendo gobiernos de centroderecha o de derecha en toda Sudamérica, aunque el ciclo de victoria progresista puede romperse en 2023 cuando la oposición argentina tenga la opción de derrotar al Gobierno peronista.
Coordinador de América: José Antonio Sierra.
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