Alfonso Lucini, embajador en Misión Especial para Asuntos de Oriente Medio y el Mediterráneo, ha analizado en el programa de Atalayar de Capital Radio la situación en el Mediterráneo cuando se ha celebrado el vigésimo quinto aniversario del Proceso de Barcelona. Lucini repasa algunos de los temas más candentes como la necesaria colaboración entre Europa y los países vecinos del sur tras la pandemia, el problema migratorio o el cambio de paradigma tras las elecciones estadounidenses.
En primer lugar, me gustaría preguntarle por su valoración de lo ocurrido en Irán con el asesinato del “padre del plan nuclear” y las acusaciones directas a Israel.
Es pronto para hacer una valoración, ahora estamos en una primera fase de acusaciones, desmentidos… Este tipo de asuntos conviene valorarlos con calma y con la mayor cantidad de datos en la mano. Estamos todavía en la fase más mediática del asunto, habrá que hacer una valoración en un contexto amplio.
Hablemos del Mediterráneo, justo cuando se conmemora el vigésimo quinto aniversario del Proceso de Barcelona, un proyecto de futuro, muy ilusionante para los países bañados por el Mediterráneo, de cooperación territorial y regional. ¿En qué estado se encuentran estos acuerdos?
Efectivamente, hace veinticinco años en Barcelona ocurrió un hecho que podemos calificar, sin temor a exagerar, de extraordinario. En aquella ocasión, todos los países de la Unión Europea (entonces eran quince), más los socios mediterráneos del sur, fueron capaces de reunirse y acordar un programa de trabajo con un objetivo muy ambicioso que era la conversión del espacio euromediterráneo en un área de paz, estabilidad y prosperidad compartida. Han pasado veinticinco años y lo cierto es que estamos lejos de conseguir ese objetivo, pero el espíritu de Barcelona sigue ahí. Las circunstancias han cambiado mucho en los últimos años, por un lado, había unas esperanzas muy fundadas en el avance del conflicto árabe-israelí, palestino-israelí en particular, tras la conferencia de Madrid del 91 y los acuerdos de Oslo del 93- Estaba reciente el final de la Guerra Fría, había una voluntad de cambiar la política basada en la bipolaridad, por una política nueva basada en el multilateralismo. La propia Unión Europea quería jugar un papel importante en la escena internacional, se estaban dando los primeros pasos de lo que luego fue la política exterior y de seguridad común…
La situación actual es muy distinta. Estamos en un Mediterráneo con conflictos abiertos como el de Libia o el de Siria, con tensiones geopolíticas de nuevos actores que no operaban, al menos de la misma manera que en el 95, tensiones político-religiosas, económicas, demográficas, tensiones en torno a la explotación de los recursos energéticos, tensiones climáticas, etc. En estas circunstancias es cierto que no se ha conseguido aquel objetivo tan ambicioso del 95, pero la Unión por el Mediterráneo, que desde el 2008 es una organización internacional heredera de la conferencia y del Proceso de Barcelona, sigue haciendo todo lo posible por lograr ese objetivo.
¿Y qué es lo que se ha puesto sobre la mesa en las reuniones que han tenido lugar con motivo del aniversario?
En particular lo que se ha hecho el viernes pasado en Barcelona y telemáticamente, pues la reunión no pudo ser plenamente presencial debido a la pandemia, ha sido reafirmarse en aquellos principios y objetivos, y adoptar una agenda de trabajo práctica, con unas prioridades muy concretas en cinco ámbitos como son el cambio climático, la transformación digital, la economía sostenible, la inclusión social y la cooperación en protección civil. Son proyectos dentro del espíritu de la Unión por el Mediterráneo en los que participan todos los Estados miembros, no todos en todos los proyectos, pero sí varios en cada uno de esos proyectos, y son proyectos orientados a mejorar la vida de los ciudadanos, de carácter transfronterizo y cuyo objetivo último es contribuir a crear una atmósfera de cooperación, que a su vez permita solucionar los conflictos y las tensiones que hoy afectan al Mediterráneo en los foros propios para ello.
Aquel foro que se celebró el viernes de manera telemática estuvo presidido por el rey don Felipe VI, que advirtió que en caso de que no se cumplieran con esos objetivos, se correría el riesgo de crear una línea de fractura entre dos mundos alejados entre sí.
Todos somos conscientes de que hay una gran verdad en las palabras de Su Majestad y por eso, pese a todas las tensiones y todos los problemas, todavía somos capaces de sentarnos por la Unión en el Mediterráneo todos los países ribereños. Tenga en cuenta que la Unión por el Mediterráneo es, aparte de las Naciones Unidas, el único foro donde dialogan, a pesar de las tensiones, no sólo todos los miembros de la Unión Europea, sino los palestinos y los israelís, Turquía y Egipto, Marruecos y Argelia, etc., y se aprueban proyectos en los que participan juntos. Eso es muy importante, todos los países de la Unión por el Mediterráneo tienen la voluntad política porque son conscientes de que efectivamente existe ese riesgo de fractura al que se refería Su Majestad el otro día. Por eso, son conscientes de que tenemos que revitalizar y darle un nuevo impulso a la Unión por el Mediterráneo, porque es la herramienta esencial de la que disponemos entre todos para cambiar una situación muy compleja en nuestro mar común.
¿Somos los europeos conscientes de la relevancia que tiene apoyar este tipo de iniciativas, no solo con recursos sino con el apoyo político necesario? No digo ya en España que somos plenamente conscientes, sino en otros países en el seno de la Unión Europea.
Sí, yo diría que cada vez más, de hecho, la situación en la que nos encontramos, con la pandemia del coronavirus, ha puesto de relieve, por si fuera necesario, la importancia de la vecindad inmediata y el carácter transfronterizo de toda una serie de amenazas, incluida la pandemia. Los países de la Unión Europea cada día están más convencidos de que no hay fronteras nacionales, del mismo modo que la frontera del Báltico afecta a los países del sur, la frontera del Mediterráneo no es solamente una frontera que afecte a España, Italia o Grecia; es una frontera que afecta al conjunto de la Unión Europea en un marco de una globalización cada vez más inevitable, pero cada vez más endeble, como ha puesto de manifiesto la pandemia. Sin duda alguna, cada vez hay una mayor conciencia en Europa de la necesidad de hacer una política común mediterránea. De hecho, la reunión del viernes pasado vino precedida de otra reunión el jueves entre los ministros de exteriores de la Unión Europea y los países de la vecindad sur. Ambas reuniones tenían como objetivo fundamental relanzar la política euromediterránea en su doble dimensión: la dimensión bilateral, que es una relación bilateral de la UE con cada uno de los nueve países vecinos, diez si contamos con Siria que está temporalmente excluida por razones evidentes; y la dimensión multilateral que es la que se encarna en ese foro que es la Unión por el Mediterráneo.
¿Tuvieron ustedes ocasión de impulsar un poco esas relaciones de cooperación, por ejemplo, entre Marruecos y Argelia en un momento de tensión en el Sáhara Occidental, después de los hechos del paso de Guergerat?
Bueno ya sabe usted que este tipo de reuniones cuando pueden ser totalmente presenciales dan lugar a una serie de contactos, no siempre abiertos, pero que sirven para mejorar el ambiente. En esta ocasión, esos contactos no han tenido lugar porque la reunión fue en gran medida virtual. En Barcelona estaban las dos copresidencias de la Unión por el Mediterráneo, que son el Servicio Europeo de Acción Exterior, representado por el Alto Representante Josep Borrell y el ministro de Asuntos Exteriores de Jordania, que es el copresidente por los países del sur. Además de la ministra española de Asuntos Exteriores como anfitriona y el secretario general de la Unión por el Mediterráneo, que es el diplomático egipcio Nasser Kamel. El resto de los participantes se conectaron telemáticamente.
Hemos visto en las últimas semanas el traslado de un problema muy grave en el Mediterráneo como es la inmigración de las rutas más habituales hacia el Atlántico, concretamente de Mauritania y Marruecos hacia Canarias. ¿Cree que se trata del problema social más acuciante de los países que baña el Mediterráneo?
Es uno de los problemas, yo no diría el único o el más acuciante, pero es evidentemente uno de los relevantes. La inmigración se ha convertido en un fenómeno estructural, siempre estará ahí, lo que hay que hacer es tratar de gestionar los flujos de la manera más sensata posible y, en este sentido, el problema migratorio estuvo presente en las discusiones y en las diversas intervenciones que tuvieron lugar el pasado viernes. La línea fundamental de todos los que intervinieron para hablar de este problema, tanto países receptores como países de tránsito o emisores de migración, es que esto solamente se soluciona sobre la base de la corresponsabilidad, que es por otra parte uno de los principios básicos que rige la cooperación en el ámbito de la Unión por el Mediterráneo.
Efectivamente es uno de los grandes problemas que afectan hoy al Mediterráneo con países que se han convertido en exportadores netos, no solamente de refugiados por razones políticas sino también de emigrantes por razones económicas. Todo esto, en un contexto exacerbado por las redes digitales, por sus cantos de sirena y por las mafias que se dedican a este tipo de tráficos. Realmente supone un problema en sí y también por lo que a su vez afecta al discurso político en los países receptores, porque ello tiene sin duda consecuencias en el auge de los populismos, la xenofobia y el repunte de los nacionalismos excluyentes que pueden acabar poniendo en peligro el viejo proyecto unitario en el que se basa la construcción europea.
¿Pudo servir de alguna forma la celebración de esta cumbre para rebajar las fuertes tensiones que se viven con Turquía, sobre todo en países como Grecia, Chipre, Malta e Israel, por la explotación de los hidrocarburos que tiene el Mediterráneo?
La Unión por el Mediterráneo no es un instrumento para solucionar conflictos o tensiones directamente, es un instrumento para crear una atmósfera, a través de la cooperación en proyectos concretos, que pueda servir para que esos conflictos o esas tensiones se resuelvan en los foros que propios para ello. Desde ese punto de vista, el mero hecho de que se celebre la reunión ministerial del otro día y que todos los participantes puedan hablar abiertamente y expresar sus preocupaciones, sin duda contribuye a la mejora de ese ambiente para la resolución de las relaciones.
¿Cómo considera usted que puede influir, si es que influye de alguna manera, el cambio en la Casa Blanca con Joe Biden a la hora de abordar estas situaciones en el Mediterráneo?
Eso es una pregunta que creo que no tiene una respuesta todavía, habrá sin duda un cambio con respecto a la Administración anterior. Desde Washington y la futura Administración llegan, por ahora, señales contradictorias. En algunos momentos parece que lo que se ha llamado el “desenganche” de Estados Unidos en el Mediterráneo va a continuar. Por otra parte, llegan otras señales en el sentido de que puede haber un cambio en el enfoque de los problemas y de la actitud americana respecto a ellos. Yo personalmente pienso que ni ha tenido lugar ese “desenganche” de Estados Unidos de una forma total, ni vamos a asistir a una transformación radical, pero sin duda habrá cierto cambio de estilo y lo veremos en cuestiones fundamentales como la relación con Irán o la aproximación al conflicto palestino-israelí, lo que en su día llamamos el proceso de paz en Oriente Medio.
Hay otras potencias que están muy interesadas en los países del sur del Mediterráneo como China, que ha estado construyendo infraestructuras y desarrollando mucha actividad para defender sus intereses en la zona, o Rusia, que siempre hay que tenerla en cuenta.
Hablábamos antes de cómo han cambiado las circunstancias y los nuevos actores en la zona desde el año 95 cuando se celebró la conferencia de Barcelona. Efectivamente hay grandes fenómenos del momento que contribuyen a crear una serie de tensiones geopolíticas en la zona: la vuelta de Rusia, el desembarco de China, un nuevo activismo de Turquía y los países del Golfo, o Irán en zonas como Siria o Líbano, etc. La gran complejidad del Mediterráneo en la actualidad es uno de los elementos que hay que tener en cuenta